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La intolerancia acabó con los samoyedos del Pueblito Paisa
La pareja de perros samoyedos que encantaba a los visitantes del Pueblito Paisa por su belleza y ternura, dejó de ladrar este martes 13 de octubre. Nelson Gómez, el amo, reportó con profundo dolor que sus compañeros fieles fueron envenenados.
No se necesitan más pruebas para saber que eran los amores de su vida. Basta con escucharlo contar la historia, llorar con el alma quebrada, para entender que la muerte de sus dos perros lo tiene destrozado.
Hace un año, este hombre compró los dos hermosos samoyedos cuando tenían sólo un mes de edad. Al macho lo llamó Paco y a la hembra Nieves. Así comenzó el cariño de estos tres seres: un hombre de 35 años, sin hijos, y dos canes de aquellos que arrastran los trineos en el frío del norte de Rusia.
Era tanto el apego de Nelson a sus macotas, que nunca pensó en llevarlas a vivir a su finca, sino que siempre las tuvo en su apartamento, en un edificio en La 33, justo al pie de la entrada al cerro Nutibara.
Esta ubicación hizo que los perros fueran famosos en el Pueblito Paisa. Su amo los subía y allí los visitantes le pedían permiso para tomarse fotos con los blancos y tiernos animales.
“Ellos se le tiraban a la persona y la abrazaban”, cuenta Nelson con voz entrecortada, en medio de una notable tristeza. Y luego, en una frase contundente sobre sus sentimientos, declara que eran “como mis hijos”. Una relacion Hermosa, con un trite desenlace.
Macabra coincidencia
Martes 13. Como siempre, muy temprano en la mañana, Nelson dio un paseo con sus “hijos” hasta el Pueblito Paisa. Luego se fue a trabajar, volvió en la noche y les dio la comida. Salió a hacer una diligencia y, cuando regresó, su madre le dio la terrible noticia que se acomodó perfectamente en esa temible fecha: “hace rato se están retorciendo horrible y no dejan de ladrar, como quejándose”, le advirtió.
Agonizaban. Estaban tirados en el balcón, revolcándose. Allí los dejaba siempre su amo cuando se iba y allí los encontraba ladrando de alegría cuando volvía. Pero esta vez los ladridos eran tenues, se apagaban.
Tenían la lengua morada, echaban babaza y convulsionaban. Nelson los alcanzó a llevar con vida al consultorio de un amigo veterinario, pero allí murieron. Al parecer, una matarrata conocida como Guayaquil fue lo que acabó con la vida de las mascotas y sumió en el desconsuelo al amo.
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